Las vivencias de identidad, del tiempo que transcurre y la memoria mantienen estrechas relaciones metasicológicas. Freud las estudió en diversos textos, llevando específicamente la atemporalidad y la no-durabilidad de la memoria a la conciencia, sin situarlas explícitamente en la cámara intermediaria, el preconsciente. Breves viñetas clínicas muestran la manera tan diferente como se organiza la vivencia temporal en función de la organización psíquica: tiempo congelado de la psicosis, tiempo acelerado da la manía, dan fe de un preconsciente disfuncional, tiempo extenso de la simbolización que integra la duración de la ausencia y el tiempo de la latencia. Un preconsciente funcional vuelve posibles los trayectos del inconsciente al consciente, en ambos sentidos, trasladando porosidades y flexibilidad al conjunto del psiquismo. El mundo fantasmático también se desarrolla, apoyándose en la experiencia de la discontinuidad. Ahora bien, la discontinuidad solo es tolerada si un mecanismo de conexión temporal liga los acontecimientos psíquicos con el tiempo que transita, a la imagen de las notas discontinuas que se agrupan musicalmente. Es así pues cuando el paso del tiempo, las imágenes memoriales y el sentimiento de existencia dan paso en un mismo movimiento psíquico a la vivencia de continuidad.