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Article de revue

El «amor que dicen hereos» o aegritudo amoris

Pages 29 à 44

Notes

  • [1]
    John L. Lowes, «The Loveres Maladye of Hereos», Modern Philology, 11, 1913-1914, p. 491-546.
  • [2]
    Bruno Nardi, «L’amore e i medici medievali», in: Studi in onori di Angelo Monteverdi, Módena: Società Tipografica Editrice Modenense, 1959, t. 2, p. 517-542.
  • [3]
    Otis Green, Spain and the Western tradition: The Castilian mind in literature from El Cid to Calderón, Madison-Milwaukee: The University of Wisconsin Press, 1964. Considera el amor hereos una aflicción propia de la aristocracia. En su libro alude exclusivamente a fuentes literarias (en particular, a La Celestina, p.72-122 y, especialmente, p. 114-119) y no utiliza ninguna fuente médica. La única mención que hace a un texto científico es la ya tardía Censura de la locura (1598) de Jerónimo de Mondragón.
  • [4]
    Keith Whinnom (ed.), Diego de San Pedro, Cárcel de amor, Obras Completas, Madrid: Castalia, t. 2, 1971, p. 13-15. June Hall Martin McCash también analiza La Celestina desde la perspectiva de la enfermedad de amor en su libro Love’s Fools: Aucassin, Troilus, Calisto, and the Parody of the Courtly Love, Londres: Tamesis, 1972, p. 71-134.
  • [5]
    Massimo Ciavolella, La «malattia d’amore» dall’Antichità al Medio Evo, Roma: Bulzoni, 1976; Donald Beecher y Massimo Ciavolella (ed. y trad.), A Love Treatise on Lovesickness, Syracuse, New York: Syracuse University Press, 1990; Mary F. Wack, Lovesickness in the Middle Age. The Viaticum and its Commentaries, Philadelphia: University of Pennsylvania Press, 1990.
  • [6]
    Destacan a este respecto, Pedro M. Cátedra, Amor y pedagogía en la Edad Media, Salamanca: Universidad de Salamanca, 1989, que estudia manifestaciones del amor en varios autores y textos, tanto universitarios como de ficción, previos a Rojas, y también Guillermo Serés, La transformación de los amantes. Imágenes del amor de la Antigüedad al Siglo de Oro, Barcelona: Crítica, 1996.
  • [7]
    Sobre el corpus hipocrático editado, véase Carlos García Gual et al. (ed.), Tratados hipocráticos, Madrid: Gredos, 1983, 3 vol. Apunto aquí a las llamadas complexiones complejas, aunque se conocían nueve en total, la equilibrada, cuatro simples y cuatro compuestas, por ser las que se tratan con mayor frecuencia en la medicina medieval. Para ver esto con más detalle son muy útiles los manuales médicos de Abû Bakr Muhammad b. Zakarîyâ al-Râzî, Libro de la introducción al Arte de la Medicina o «Isagoge», ed. bilingüe, trad. y estudio de María de la Concepción Vázquez de Benito, Salamanca: Universidad de Salamanca, Instituto Hispano-Árabe de Cultura, 1979, y también el de Muhammad b. Abdallâh b. al-Jatib, Libro del cuidado de la salud durante las estaciones del año o «Libro de Higiene», ed. bilingüe, trad. y estudio de M.ª de la C. Vázquez de Benito, Salamanca: Universidad de Salamanca, 1984. También es muy útil Danielle Jacquart y Claude Thomasset, Sexualidad y saber médico en la Edad Media, Barcelona: Labor, 1989.
  • [8]
    D. A. Beecher y M. Ciavolella, A Love Treatise…, ed. cit., p. 43. Este mismo conflicto entre pasión y razón lo podemos observar en numerosas obras castellanas del xv, a través de las disputas de la voluntad y la razón o entendimiento de los enamorados. Así ocurre en Juan Rodríguez del Padrón, Siervo libre de amor (ed. Antonio Prieto, Madrid: Castalia, 1980), en Diego de San Pedro, Cárcel de Amor (ed. Carmen Parrilla, Barcelona: Crítica, 1995) y en la anónima Triste deleytaçión (ed. E. Michael Gerli, Washington D.C.: Georgetown University Press, 1982).
  • [9]
    Para el desarrollo de esta patología desde la Antigüedad hasta la alta Edad Media sigo fundamentalmente a D. A. Beecher y M. Ciavolella, A Love Treatise…, ed. cit., p. 39-82.
  • [10]
    Platón, en el Timeo, clasifica tres tipos de alma: el alma racional o superior, asentada en la cabeza, el alma irascible, asentada entre en el pecho, encima del diafragma, y el alma pasional, situada bajo el diafragma, cerca del hígado. Vid. Platón, Obras completas, ed. María Araujo et al., Madrid: Aguilar, 1991, p. 1162-1164.
  • [11]
    Platón, Fedro, in: Obras completas, ed. cit., p. 866. Para una relación entre el amor platónico y la tradición mística cristiana véase G. Serés, La transformación…, ed. cit., p. 15-53.
  • [12]
    Aristóteles, Acerca del alma, ed. Tomás Calvo Martínez, Madrid: Gredos, 1994, I 408 b 1.15, p. 154-155. La ira tiene también para Aristóteles la misma causa fisiológica del calentamiento sanguíneo cercano al corazón.
  • [13]
    Por pneuma se entiende el principio vital del organismo, fuente del calor corporal y que vinculado a la sangre determina la constitución física y mental de la persona. El afecto se refiere aquí al amoroso, uno de los affecti que, como la ira, la envidia, etc., se manifiestan como pasiones del corazón motivadas por los apetitos.
  • [14]
    También se difundió a través de la traducción castellana de la versión de Leonardo Bruni de la Novela de Seleuco. Véase Lorenzo Bartoli, «La versione castigliana della Novella di Seleuco», Atalaya, 3, 1992, p. 177-196.
  • [15]
    Plutarco, «Demetrio», in: Vidas paralelas, Barcelona: Orbis, vol. IV, xxviii, p. 204.
  • [16]
    En el acto primero de La Celestina parece haber una referencia a esta historia, como indican varias ediciones que corrigen el texto de la Comedia de 1499, «Eras y Crato!», por «Erasístrato». Julio Rodríguez Puértolas (ed.), La Celestina, Madrid: Akal, p. 112, n. 10, y Eukene Lacarra Lanz [María Eugenia Lacarra] (ed.), Celestina, Madison (Wisconsin): HSMS, 1995, p. 144, n. 27.
  • [17]
    John Cull y Brian Dutton (ed.), Un manual básico de medicina medieval. Bernardo Gordonio, Lilio de medicina, ed. crítica de la versión española, Sevilla 1495, Madison (Wisconsin): HSMS, 1991, II, xx, p. 108.
  • [18]
    Danielle Jacquart y Françoise Micheau han estudiado bien la transmisión de la medicina clásica de los médicos árabes al Occidente medieval cristiano en D. Jacquart y F. Micheau, La médecine arabe et l’Occident médiéval, París: Maisonneuve et Larose, 1996.
  • [19]
    El Viaticum era una adaptación del tratado de Khalid Ibn al-Jazzar (m. 979), Kitab Zad al-musafir wa-qut al-hadir (Provisiones para el viajero y alimentos para el sedentario). En las observaciones que siguen utilizo el libro de M. F. Wack, Lovesickness…, ed. cit., p. 3-50.
  • [20]
    De los cuatro temperamentos, los más proclives a la enfermedad de amor por causa de las superfluidades eran los sanguíneos y los coléricos y, de las edades, la juventud, porque entonces la producción de semen es más abundante y más necesaria su evacuación a través del coito. Véase Speculum al foderi, ed. Michael Solomon, Madison (Wisconsin): HSMS, 1986.
  • [21]
    M.F. Wack, Lovesickness…, ed. cit., p. 40. Véase Paolo Cherchi, Andreas and the Ambiguity of Courtly Love, Toronto: University of Toronto Press, 1994, para un análisis detallado de la crítica de Capellanus a la poesía lírica y su condena a la idealización del amor llevada a cabo por los poetas.
  • [22]
    Guido Ruggiero (The Boundaries of Eros. Sex, Crime and Sexuality in Renaissance Venice, Oxford: Oxford University Press, 1985) analiza las relaciones eróticas con abundante documentación procesal. Ruggiero llega a la conclusión de que el amor que a veces alegan las partes no se acepta nunca como eximente y ni siquiera como atenuante durante la Edad Media, aunque percibe un ligero cambio en algunos casos posteriores
  • [23]
    E. Lacarra Lanz, «Changing bounderies of licit and ilicit unions», in: E. Lacarra Lanz (ed.), Marriage and Sexuality in Medieval and Early Modern Iberia, Routledge: Nueva York y Londres, 2002, p. 158-194, vid. p. 158-160.
  • [24]
    Loc. cit.
  • [25]
    María Jesús Lacarra, «Amor, música y melancolía en el Libro de Apolonio», in: Vicente Beltrán (ed.), Actas del I Congreso de la AHLM. Santiago de Compostela, 1985, Barcelona: PPU, 1988, p. 369-379.
  • [26]
    Andrés el Capellán, De amore. Tratado sobre el amor, ed. Inés Creixell Vidal-Quadras, Barcelona: El Festín de Esopo, 1985. Véase P. Cherchi, Andreas…, ed. cit., p.3-41 para las críticas de la literatura cortesana y Domenico Polloni, «Amour e Clercie». Un percorso testuale da Andrea Cappellano all’Arcipreste de Hita, Bolonia: Pâtron, 1995, p. 35-66, para las influencias médicas del tratado. Alfred Karnein, «De amore» in volkssprachlicher Literatur: Untersuchungen zur Andreas-Capellanus-Rezeption in Mittelalter und Renaissance, Heildelberg: Carl Winter, 1985, p. 93-100, apunta que Capellanus convierte algunos signos procedentes del De amicitia de Cicerón en síntomas del enamorado.
  • [27]
    E. Lacarra Lanz [M.E. Lacarra], «Representaciones femeninas en la poesía cortesana y en la narrativa sentimental del siglo xv», in: Iris Zavala (coord.), Breve historia feminista de la literatura española (en lengua castellana). II. La mujer en la literatura española, Barcelona: Anthropos, 1995, p. 160-168.
  • [28]
    M. F. Wack, «From Mental Faculties to Magical Philters: The Entry of Magic into Academic Medical Writing on Lovesickness, 13th-17th Centuries», in: Donald A. Beecher y Massimo Ciavolella (ed.), Eros and Anteros: The Medical Traditions of Love in the Renaissance, Toronto-Ottawa: University of Toronto (Italian Studies, 9)-Dovehouse Editions, 1992, p. 12-13. Señala que esta bifurcación social de las causas según las clases sociales aparece también en un diálogo latino del siglo xv, Dialogue between a Rustic and a Nobleman –en su traducción inglesa–, donde el rústico atribuye la enfermedad del exceso de amor a la infección de las artes secretas de las mujeres, mientras el noble la atribuye a la enfermedad natural del amor hereos.
  • [29]
    Esta alteración procede de la bilis negra que invadía el cerebro y afectaba a todo el cuerpo y especialmente al corazón, produciendo estados mentales patológicos de depresión o locura con síntomas somáticos como palpitaciones, vista nublada, temblores, pérdida del habla o tartamudeo. Para el desarrollo de esta patología desde la Antigüedad hasta la alta Edad Media sigo fundamentalmente a D. A. Beecher y M. Ciavolella, A Love Treatise…, ed. cit., p. 39-82.
  • [30]
    Tras afirmar la concupiscencia y lujuria de la mujer Isidoro de Sevilla concluye que el amor libidinoso es femenino: «Unde nimius amor apud antiquos femineus vocabatur», XI.2.24.
  • [31]
    Plauto, El Anfitrión, ed. Adolfo de Castro, en Curiosidades bibliográficas. Colección escogida de obras raras de amenidad y erudición, Madrid: Rivadeneyra (BAE, 36), 1855, p. 488.
  • [32]
    Ovidio, Remedios contra el amor, ed. Enrique Montero Cartelle, Madrid: Akal Clásica, 1987, p. 153-154.
  • [33]
    Giovanni Boccaccio, Il Corbaccio, ed. Giula Natali, Milán: Mursia, 1992. Bernat Metge, Lo somni, ed. Marta Jordà, prólogo de Giuseppe Tavani, Barcelona: Edicions 62, 1980. Bernardo Gordonio, Lilio de medicina, ed. cit., p. 108. La cura también se puede obtener si se le nombran «cosas mucho altas y alegres», porque también la alegría y las honras cambian las costumbres.
  • [34]
    B. Gordonio, Lilio de medicina, ed. cit., II, xx, p. 109, afirma que aunque «es propia passión del celebro […] los testículos pueden ser causa quanto a causa conjunta, pero el fígado quanto a causa antecedente». Esto tiene gran interés, puesto que el hígado era, como se ha mencionado arriba, el asiento de la concupiscencia.
  • [35]
    Ibid., p. 108.
  • [36]
    Véase la edición de Luisa Cogliati Arano, The Medieval Health Handbook. «Tacuinum sanitatis», Nueva York: George Braziller, 1993.

1El estudio de las raíces médicas de la enfermedad de amor se inicia en el siglo xx con el ya clásico artículo de John Lowes de 1913-1914 [1], al que han seguido numerosos estudios, entre los que hay que destacar a Bruno Nardi [2]. En 1964, Otis Green trató en su libro Spain and the Western Tradition Spain el amor hereos[3]. En 1971, Keith Whinnom señaló brevemente las descripciones médicas de la locura de amor, que incluye en la introducción a su edición de Cárcel de amor, en el capítulo titulado «El mundo sentimental de Diego de San Pedro», y al año siguiente, en 1972, también June Hall Martin McCash señala la enfermedad de amor en su libro Love’s Fools: Aucassin, Troilus, Calisto, and the Parody of the Courtly Lover[4]. En 1976, Massimo Ciavolella publicó su enjundioso libro, «La malattia d’amore» dall’Antichità al Medio Evo, y en 1990 junto con Donald Beecher tradujeron y editaron el magnífico tratado del médico francés Jacques Ferrand, A Love Treatise on Lovesickness, que se había publicado por primera vez en 1610. En ese mismo año, se publica también el espléndido libro de Mary Frances Wack, Lovesickness in the Middle Age[5].

2En publicaciones recientes sobre el amor se señala la gran repercusión del tema de la aegritudo amoris en la literatura peninsular [6]. Comenzaré por señalar brevemente los orígenes de la enfermedad de amor en la medicina y su intersección con las concepciones platónicas y aristotélicas del amor, para después detenerme en la descripción de las causas, síntomas y curas que los médicos medievales proponen.

3En primer lugar, hay que considerar que en la medicina el deseo amoroso correspondido no es causa de ninguna «pasión» o «morbo». Únicamente la aegrituo amoris, es decir, el amor no correspondido, se considera patológica. Como sabemos, la salud para la medicina hipocrática dependía del equilibrio de los cuatro humores básicos: sangre (cálida y húmeda), flema (fría y húmeda), bilis amarilla (cálida y seca), y bilis negra (fría y seca), de cuya combinación provenían las complexiones –las cuales dependen del dominio de los humores– que se clasificaban en sanguínea, flemática, colérica y melancólica [7]. Era una opinión generalizada que las alteraciones de la bilis negra (el humor melancólico) podían ocasionar perturbaciones psicológicas, entre las que se destacaban el miedo, la depresión y la locura, las cuales, a su vez, producían efectos somáticos colaterales. Se creía que la afección de la bilis negra enfermaba el cerebro y que éste, que se consideraba el órgano rector del cuerpo y el asiento de los afectos y de las emociones, llevaba esta alteración mental al corazón, el cual, a causa de las venas que lo circundaban, sentía el dolor y sufría una violenta convulsión espasmódica en simpatía con el cerebro. La melancolía se hizo, así, sinónima de la locura, la cual se decía proceder de esta alteración de la bilis negra que invadía el cerebro y afectaba a todo el cuerpo y especialmente al corazón, produciendo estados mentales patológicos de depresión o locura con síntomas somáticos como palpitaciones, vista nublada, temblores, pérdida del habla o tartamudeo. De la fusión de los conceptos de la locura y de la melancolía surgió la relación del deseo erótico insatisfecho con la demencia.

4En la literatura esta asociación se plantea en estos términos por primera vez en la tragedia Hipólito de Eurípides, al presentar el amor incestuoso de Fedra hacia Hipólito como un conflicto entre su pasión y su razón. El impulso trágico y patológico que la impele la conduce a la desintegración física y mental [8]. En los poemas amorosos de Sapho, por otra parte, se observan síntomas de la enfermedad de amor iguales a algunos de los síntomas que aparecen en el corpus de escritos hipocráticos relacionados con la melancolía [9].

5Los filósofos indagan también en las causas del amor. Para Platón el amor proviene de la percepción de la belleza, por lo que para él se trata de una causa externa al individuo. Ya que lo que complace la vista es, en su opinión, la belleza, eros es amor de lo hermoso y lo hermoso, además, complace porque es un reflejo de la Idea con la que está en contacto el alma superior [10]. Al ver la belleza, el individuo siente un temblor misterioso y eros inicia su camino hacia lo eterno con un acto irracional, una especie de manía que lo aliena, pero que le anuncia la existencia de un mundo más allá de las apariencias. De este modo, aunque el amor comienza por la visión de las formas, el alma las trasciende al ver más allá de lo aparente y acercarse a la Idea o Dios. De este modo, si el hombre reconoce lo eterno y trasciende lo sensible de la belleza, llegará al amor puro o manía divina. Si, por el contrario, acepta el objeto como la única realidad y desea poseerla, entonces sentirá el amor sexual, una enfermedad que destruye el alma [11].

6Aristóteles, a partir de su filosofía naturalista, mantiene que la pasión amorosa es una enfermedad porque altera los sentidos y da lugar a perturbaciones mentales y somáticas causadas por un deseo grande de reproducción y también por el calentamiento de la sangre que rodea al corazón [12]. En su opinión, la vista de un objeto bello da lugar a un deseo o apetito que altera la temperatura del cuerpo a través del corazón y produce un desequilibrio fisiológico y psicológico. Como vemos, el peripatético, a diferencia de Platón, sitúa las causas del amor dentro del individuo, en el cuerpo, y asigna al corazón y a los órganos reproductores un papel central. Para Aristóteles el objeto se percibe a través de su impresión en el elemento acuoso del ojo que lo refleja como un espejo mientras el objeto está presente. El apetito producido por la sensación del objeto transporta la imagen del objeto a la facultad fantástica o imaginación y allí la memoria preserva la imagen o fantasma para ser «vista» o imaginada cuando el objeto ya no esté presente. El apetito erótico es el primer movimiento o inclinación que percibe el sujeto y que constituido en afecto o pasión amorosa se irradia desde corazón a través del pneuma, oscurece su razón y le produce un deseo de obtener el bien particular, en lugar del bien universal o la verdad [13].

7Numerosos pensadores siguieron la tradición aristotélica e hipocrática del amor como enfermedad, también desarrollada en la literatura, como se ha mencionado. El ejemplo más evidente de esta concepción, que durante siglos atrajo la atención de médicos y poetas, fue la historia del amor de Antíoco hacia su madrastra Estratónice, cuya curación se atribuye al médico Erasístrato. Según la tradición recogida por Valerio Máximo en sus Dictorum factorumque memorabilium exempla (V, 7), el rey Seleuco llamó a su médico preocupado por la desconocida enfermedad que tenía a su hijo postrado en el lecho de muerte. Erasístrato la diagnosticó como la enfermedad de amor y curó al joven mediante el remedio apropiado, que consistió en darle la mujer objeto de su amor, naturalmente previa aquiescencia del que era padre y marido de ambos. La difusión de esta historia en el siglo xv castellano está atestiguada porque se hizo una traducción de los Dichos y hechos memorables de Valerio Máximo (Zaragoza, 1495) [14].

8Plutarco también cuenta una versión de esta historia que, a diferencia de la de Valerio, da gran atención a los síntomas médicos y a los remedios propuestos por el médico. Indica primero que Antíoco, al darse cuenta de sus deseos desordenados y a la imposibilidad de erradicarlos por la alienación que sufre su razón, determina fingir otra enfermedad y morirse. Erasístrato logra, sin embargo, diagnosticarla y observa que cuando Estratónice entra en la habitación del enfermo se producen una serie de síntomas, como palpitaciones irregulares del corazón, palidez extrema, tartamudeo, sudoración, vista borrosa y en general un estado de estupor que le llevan a la certeza de que sufre de pasión erótica provocada por el amor a su madrastra. Informado el rey del diagnóstico y del grave pronóstico que de la enfermedad puede seguirse, pues los síntomas precedentes unidos al insomnio le llevarán a la locura y a la muerte, Seleuco decide declarar rey a su hijo y ordenar su matrimonio con la reina [15]. Plutarco sigue a Aristóteles al ubicar la enfermedad de amor en el corazón y subraya el carácter científico de los síntomas que constituyen el fundamento del diagnóstico médico.

9La fusión de componentes científicos y literarios en la descripción de la enfermedad de amor tuvo un gran desarrollo en la literatura latina y medieval. Vemos su influencia en autores que, como Ovidio, se convirtieron en auctoritates al incorporarse sus obras al canon de lecturas obligadas en las universidades. También tuvo mucho éxito literario en textos medievales de diversas procedencias, como en el Apolonio de Tiro, en la anónima Aegritudo Perdiccae, en varias narraciones de las Mil y una noches, en la historia XL de las Gesta romanorum, o en la historia de Giachetto y Giannetta del Decamerón (II, 8). En la prosa sentimental castellana del siglo xv, un exponente de ello son Cárcel de amor y la obra de Rojas [16]. Tampoco pasó desapercibido en la medicina. El famoso médico griego Galeno le prestó mucha atención y él mismo dice haber diagnosticado por el método de Erasístrato un caso similar en la mujer de un tal Justo. Los médicos árabes y también los medievales se hicieron eco de este método de diagnóstico, como vemos en el Lilio de medicina de Bernardo Gordonio, traducido al castellano en 1495 [17]. La diferencia fundamental entre las historias contadas por Valerio Máximo o Plutarco y la de Galeno es que para éste no se trata de un ejemplo didáctico-moral ni de una anécdota histórica, sino que tiene una función científica que explica con rigor, cómo puede el deseo erótico insatisfecho transformarse en una enfermedad melancólica, cuyas causas, síntomas y curas deben ser examinadas y atendidas. Los seguidores de Galeno, especialmente los médicos árabes, consideraron el amor como una enfermedad mental que debía estudiarse con cierta independencia de la melancolía.

10Curiosamente, también los Padres de la Iglesia, que en su mayoría habían adoptado la teoría de los afectos y de las pasiones propuestas por los filósofos y médicos griegos y latinos, consideraron el amor como un apetito desordenado y peligroso que podía conducir a la locura y desviar al individuo de la virtud, de modo que consideraron la pasión erótica como una enfermedad de los sentidos que corrompía el alma. Así, la doctrina contra la concupiscencia utilizaba con frecuencia un léxico médico en el que el cuerpo sufría las consecuencias de la corrupción del alma. Las causas y las curas eran naturalmente diferentes. Para los eclesiásticos la concupiscencia era una pasión del alma que se asentaba en el hígado y que desde él se extendía a los demás órganos consumiendo el cuerpo. Al ser esta pasión un acto voluntario sujeto a la razón, consideraban que la lascivia se podía y debía controlar y que quien caía en ella cometía un pecado. Por supuesto, para ellos la cura no era el coito terapéutico, sino una cura que la proporcionaba Dios, que era el mejor médico del alma.

11El hecho de que la enfermedad de amor se asociara con la manía y la melancolía en la época clásica y que en la Edad Media se separara de estas para clasificarla como una enfermedad mental presenta cuestiones importantes sobre la relación entre el alma y el cuerpo, así como sobre las competencias de su estudio por parte de la medicina y de la filosofía. Naturalmente, ambos se diferenciaban en sus objetivos, pues si los médicos buscaban la utilitas, la meta de los filósofos era la veritas[18]. También se plantea la responsabilidad del paciente en sus desórdenes anímicos. Según Gordonio, el médico debía ser un buen moralista y conocer las buenas y malas costumbres del paciente, pero no para mejorar el alma, sino para evitar que el cuerpo tuviera enfermedades. Médicos y moralistas tenían un criterio similar al atribuir a los enfermos cierta responsabilidad en al menos algunas de las enfermedades que contraían.

12De igual modo, se cuestiona hasta qué punto las consecuencias de la enfermedad de aegritudo amoris son competencia de los médicos, de los filósofos naturalistas o de los sacerdotes, pues, como he señalado también, la Iglesia considera que el enfermo es responsable de su dolencia y por tanto comete el pecado de concupiscencia. En otras palabras, hay que darse cuenta de que esta enfermedad afecta a los límites de las relaciones sociales y éticas y forma parte de los discursos propios de la medicina, de la filosofía natural, de la teología pastoral, de la literatura amorosa, de la literatura didáctica y hasta de la mística.

13La aegritudo amoris se hace parte importante de la tradición médica a partir de los escritos de Galeno (ca 120-200) sobre su práctica médica en Roma, en los que documenta casos concretos de esta enfermedad con los síntomas y curas pertinentes, como he mencionado. Galeno disputa la noción hipocrática de que el amor es una enfermedad divina y argumenta que sus síntomas provienen de la emoción humana del dolor y no de una fuente divina. Diferencia claramente las perspectivas médicas y teológicas de la enfermedad sin que de ello resulte el abandono total de la idea platónica de que el amor nace de la vista de la belleza, pues estas nociones platónicas influyeron también en el desarrollo de la tradición médica y en la concepción del amor en las culturas cristiana y musulmana. De ahí que la perspectiva somática propia de los médicos y la visión trascendental de los teólogos se entrecruzaran a través de todo el periodo medieval y llegaran más allá del Renacimiento. También la importancia del corazón para Aristóteles como asiento de la enfermedad, frente a la tesis hipocrática y galénica del cerebro, desarrollada especialmente por la medicina árabe, dará lugar a numerosas disquisiciones en la medicina medieval.

14La transmisión de los conocimientos médicos de la Antigüedad clásica, que casi desapareció de la cultura europea tras la desintegración del Imperio romano, la llevaron a cabo los médicos árabes [19]. El texto que tuvo mayor influencia en el conocimiento de la enfermedad de amor fue el Viaticum de Constantino el Africano († 1087), texto de gran difusión, al tratarse de un manual dirigido a viajeros sin acceso a cuidados médicos, y que contenía un capítulo sobre esta enfermedad [20]. El Viaticum fue, en efecto, el texto más leído sobre ella antes de que se tradujera al latín el Canon medicinae de Avicena en el siglo xii y fuera incorporado a los estudios médicos en el xiii. Curiosamente, Constantino escribió su Viaticum en el último tercio del siglo xi, por lo que fue coetáneo de los inicios de la literatura amorosa que idealizó en Provenza las convenciones de la fin’amors, o amor cortés. Además, ya desde el año 1200 esta obra de Constantino se leyó en las facultades superiores (Medicina, Teología y Derecho) de las recién creadas universidades. Los comentarios que surgieron de las clases universitarias conforman el corpus europeo más temprano de escritos médicos que intentan integrar la perspectiva clásica y árabe sobre el amor y el erotismo con la cultura medieval cristiana.

15Para Constantino eros es una enfermedad del cerebro relacionada con el deseo y que produce una alteración de los pensamientos. La localiza como Galeno en el cerebro y no en el corazón, como Aristóteles, aunque también considera que es una enfermedad del placer, porque puede causarse también por la necesidad de expulsar las superfluidades o humores excesivos. De ahí que Constantino recomiende el coito tanto cuando el alma enloquece por causa de la percepción de una forma bella, como cuando necesita expulsar superfluidades [21]. Esta doble causalidad somática conlleva un cierto determinismo moral, implicado por la premisa de que la conducta del individuo depende de su constitución somática y de su temperamento, y esto plantea de inmediato la cuestión del libre albedrío. Galeno defendía que los dictados del temperamento podían controlarse por la razón, de modo que defiende el libre albedrío y concluye que en última instancia la enfermedad de amor es voluntaria. Constantino no toma partido sobre esta peliaguda cuestión. Su silencio da al Viaticum una cierta ambigüedad, lo que permite que desde los primeros tiempos la aegritudo amoris se idealice en la poesía, se la compare con el amor místico o se la condene como concupiscencia, como señala Wack [22].

16Sin embargo, la opinión galénica dominó no sólo en la medicina sino también en las instancias jurídicas, tanto laicas como eclesiásticas. Ni la sociedad antigua ni la medieval permitieron que la aegritudo amoris pudiera considerarse como un eximente total o parcial de los delitos de estupro, rapto o violación, ni se permitió el coito terapéutico con la mujer objeto del deseo del varón si su unión no era sancionada por la familia. El derecho paterno sobre el matrimonio de los hijos e hijas y el control de la sexualidad de las mujeres en beneficio de los intereses del clan familiar primaban sobre las curas recomendadas por los médicos. Claro que cuando la mujer pertenecía a una clase social inferior a la del varón enamorado el camino para el mutuo acuerdo entre las partes se allanaba fácilmente [23]. Además, la tolerancia de la sexualidad masculina fuera del matrimonio permitía proveer a los varones de mujeres que podían servir de terapia eficaz, aunque no fueran las causantes directas de su amor. No hay que olvidar el arraigo de la prostitución durante el periodo medieval y su reglamentación municipal en el siglo xv[24].

17Para las mujeres que enfermaban de amor la situación era más complicada, puesto que no se aceptaba el coito terapéutico de las vírgenes o viudas. De ahí que un temprano matrimonio fuera lo más indicado. Esta es la solución que se procura para Luciana, por ejemplo, en el Libro de Apolonio[25]. No obstante, la sexualidad femenina encontraba otras manifestaciones y otra sintomatología no del todo coincidente con el amor hereos. Me refiero al llamado «mal de madre», cuyo análisis dejo para otra ocasión.

18Una peculiaridad que se atribuía a la enfermedad de amor era que afectaba a los nobles. De ahí que se considerara una dolencia de clase o, como argumenta Wack, «a class-specific ailment»:

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This social restriction implies that the doctors recognized the influence of social context in the origin and course of the disease. The manifestations of lovesickness, including idealization of the love object, preoccupation, depression, insomnia, erratic moods, and social withdrawal, are meaningful as symptoms of illness only within a system of shared beliefs and symbolic conventions. Even bodily symptoms have social meanings[26].

20El origen mismo del nombre con el que se conoce a la enfermedad en los textos médicos medievales, amor hereos, denota su clasificación como enfermedad propia de la nobleza. El primer médico en hacer esta relación fue, hacia 1100, Jonannes Affacius, un discípulo de Constantino el Africano, que tradujo de nuevo el capítulo sobre el amor del Viaticum a partir del original árabe de Ibn al-Jazzar y que circuló con el título de Liber de heros morbo. Sustituyó los términos eriosis y eriosos, que Constantino había usado para describir a los enfermos por heroicus, de modo que los términos heroicus y heros pasaron a tener significados técnicos que describían al paciente y a la enfermedad, respectivamente. Aunque es difícil precisar cuándo se inicia la idea de que el amor apasionado es una pasión noble, Wack encuentra algunos elementos en el texto de Affacius que permiten establecer el comienzo de esta relación con esta obra, ya que en ella se compara el amor sexual intenso con la fidelidad o amor que el vasallo debe al señor [27].

21En esta misma época, a partir de 1100, ya encontramos en la literatura vernácula cortesana abundantes ejemplos de nobles que sufren pasiones amorosas modeladas en la sintomatología de los hereos. Los textos, aunque probablemente influidos por Ovidio, dan constancia de la influencia adquirida por la descripción médica de la enfermedad. La utilización de esta representación para describir al noble enamorado se hace indispensable, de modo que ya al final del xii las convenciones del amor se han codificado y comienzan a parodiarse, como hace Andreas Capellanus en su famoso tratado. Los elementos esenciales de esta literatura requieren del enamorado servicio, fidelidad y secreto. Además, los nobles enamorados consideran a la amada excepcional y superior a todas las demás en belleza y virtud, índice de la etiología de su alienación o locura, que decían los médicos, exigida por poetas y prosistas. El amor se presentaba en cada caso como el amor perfecto y digno de alabanza. Naturalmente el registro lingüístico era elevado y el decoro no permitía el léxico soez. Para ello estaban las burlas manifiestas y la procacidad propia de las obras jocosas coetáneas, en las que no se ahorraban menciones obscenas a la actividad sexual de los amantes. A la hipérbole sacro-profana que caracteriza la representación literaria de la agritudo amoris se contrapone la hipérbole de la potencia sexual o del denuesto difamador. Recordemos aquí la famosa composición jocosa de Guilhem de Peitieu, «Farai un vers, pos mi sonelh», donde el poeta se jacta de haber «follado» (fotei) ciento ochenta y ocho veces en ocho días a las hermanas Agnes y Ermessen:

22

Ueit jorn ez ancar mais estei az aquel torn
tant las fotei com auzirets: cent et quatre-vinz et ueit vetz,
que a pauc no.i rompei mos corretz e mos arnes;
e no.us puesc dir los malavegz, tan gran m’en pres.
(v. 78-84)

23Las interrelaciones entre medicina y literatura con ocasión del amor hereos son muy abundantes a partir del siglo xiii. Uno de sus exponentes más brillantes será Gerard du Berry, estudiante y luego profesor de medicina en la Universidad de Montpellier, donde enseñó también Arnau de Vilanova, a fines del siglo y, poco después, Bernardo Gordonio. La importancia de Du Berry en lo tocante al discurso sobre el amor se manifiesta en el gran número de manuscritos que sobrevivieron de sus glosas al Viaticum y a la frecuencia con que le citan otros médicos. A las razones de carácter anímico que provocan el amor o ishk, que Ibn al-Jazzar relaciona con los conceptos de afinidad que hacían al varón desear una forma perfecta y enloquecer por la obsesión de satisfacer su irresistible deseo de poseerla, Gerard de Berry añade una base material. En efecto, la enfermedad se llama hereos porque se dice que sufren más de ella los nobles por la vida rica y regalada que llevan, ya que el descanso y el mucho dormir facilita la acumulación de los restos de la digestión y esto aumenta la bilis negra que causa la melancolía. De ahí que los que sufren melancolía sean libidinosos, porque el deseo sexual surge de la ventosidad de la bilis negra, y que la vida noble pueda generar una libido excesiva y patológica. Los pobres no tenían esta disposición, y según el Thesaurus pauperum, que se atribuye a Pedro Hispano, no padecían de amor hereos sino de nimis amor, dolencia que se atribuía a los pobres y que con frecuencia se causaba por maleficios [28].

24En la década de 1280 Arnau de Vilanova escribe su Liber de amore heroico, donde explica de manera coherente las causas fisiológicas que dan lugar a los síntomas, signa amoris, del amor hereos, basado sobre todo en Du Berry y en Avicena [29]. Del sobrecalentamiento del spiritus proceden el hundimiento de los ojos, la ausencia de lágrimas y la resecación general del cuerpo. De ahí que recomiende el vino y los baños para humedecerlo y combatir la sequedad. La metáfora literaria correspondiente es la del fuego de amor representado a veces por las llamas. A la ausencia de control emocional se atribuyen las tristezas y llantos de los enamorados, para lo que se recomiendan las distracciones y el solaz. La obsesión por la amada dificulta la comprensión de todo lo que no tenga que ver con el amor y con la amada. La dificultad del habla proviene también de la alteración mental. Todos estos síntomas de desequilibrio emocional, unidos a la pasividad, vulnerabilidad, inestabilidad e inapetencia se asociaban con lo femenino, por lo que los médicos subrayan la feminización del enfermo, cuyos síntomas lo hacen incompatible con las convenciones del comportamiento viril. La idea de que el amor feminiza, defendida por Isidoro de Sevilla en sus Etimologías al considerarlo nimius amor, tuvo una larga vida [30]. La encontramos también en los comentarios que el médico salmantino, Francisco López Villalobos, hace en su traducción del Anfitrión:

25

Dejaste de ser hombre, y tornaste mujer; dejaste de ser hombre suelto y háceste mujer captiva y atada; dejaste de ser todo y tornaste parte. E ya sabes que toda mujer desea ser hombre, y todo esclavo desea ser libre, y la parte desea la perfección del todo; así tú desearías todas estas cosas; y como cualquiera bien que se desea es más fuerte y aquejosamente deseado si primero fue poseído y se perdió, síguese que tú ternás estos deseos de volverte a tu ser primero con gran hervor y tormento y tu voluntad ya no consentirá porque ya no es tuya ni quiere lo que tú deseas. Esta contradicción tan grande y discordia tan íntima dentro del alma, es un martirio y tristeza secreta que padesce el amador, sin saber de dónde le viene. De aquí nasce el quejarse y no saben de qué se quejan y no saben satisfacerse; y de aquí se complican dos mil desatinos que no lo entiende él mismo que los padesce [31].

26Ovidio propuso como uno de los remedios contra el amor recordar los defectos de la amada y exagerarlos, aunque no llega a recomendar el vituperio [32]. Gordonio aconseja esta cura a los enamorados, incitándoles a que se busquen viejas para que «disfamen y deshonesten» a la amada. Boccaccio en su Corbaccio también señala el vituperio contra todas las mujeres y contra la amada, y Metge no va a la zaga en Lo somni, poniéndolo en boca de Tiresias [33]. En la literatura española se menciona también esta cura, como vemos en Cárcel de amor. Tefeo intenta curar a Leriano en el lecho de muerte al darse cuenta de la etiología de su enfermedad [34]. Gordonio también menciona otra cura sorprendente que, como la anterior, pretende quitar de la imaginación del enfermo la figura de su amada: «nómbrenle cosas mucho tristes, porque la mayor tristeza faze olvidar la menor tristeza» [35].

27Resumiendo, las causas del amor hereos son dos: el mal funcionamiento de la imaginativa o de la estimativa y la retención del esperma. Los síntomas más característicos son la depresión, la pérdida del apetito, el insomnio, la incapacidad de concentración, la ansiedad, el malestar general, todo ello acompañado de problemas cardiorrespiratorios, fiebre, arritmia y pulso desordenado. Los enamorados se reconocen fácilmente por la idealización del objeto amado, por su tendencia al retiro y la soledad, por los cambios bruscos de humor, la palidez y el hundimiento de los ojos. Las curas más salientes son las distracciones, el coito terapéutico, la música, el vino, los baños.

28La interpretación social y psicológica de la enfermedad de amor constituyó una forma de conducta en la cultura medieval tardía, de modo que lo que se documenta en el siglo xii como una fantasía literaria del amor se hace una realidad social. La continua atención a este mal sugiere que su estudio respondía a necesidades intelectuales y sociales que pueden ser reconstruidas. Desde luego los textos médicos tienen una visión teórica y pragmática del tema no exenta de cierto determinismo materialista. Su recomendación de la cura a través del coito terapéutico diverge de la visión oficial de la Iglesia, que es sin duda moralista. Esto no significa que los textos médicos estuvieran exentos de asunciones religiosas sobre el amor y las mujeres, ni tampoco que algunos teólogos no estuvieran influidos por las tesis naturalistas. De hecho, se pueden oír muchas voces que no siempre están en armonía. Las terapias de los conocidos como Tacuinum sanitatis[36], regímenes de sanidad, indican que las doctrinas médicas eran muy conocidas y carecían del exotismo que hoy les podríamos atribuir.

Bibliographie

Bibliografía consultada

  • Fuentes

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Mots-clés éditeurs : maladie d’amour, aegritudo amoris, amor hereos, histoire de la médecine, sexualité

Mise en ligne 25/02/2016

https://doi.org/10.3917/cehm.038.0029

Notes

  • [1]
    John L. Lowes, «The Loveres Maladye of Hereos», Modern Philology, 11, 1913-1914, p. 491-546.
  • [2]
    Bruno Nardi, «L’amore e i medici medievali», in: Studi in onori di Angelo Monteverdi, Módena: Società Tipografica Editrice Modenense, 1959, t. 2, p. 517-542.
  • [3]
    Otis Green, Spain and the Western tradition: The Castilian mind in literature from El Cid to Calderón, Madison-Milwaukee: The University of Wisconsin Press, 1964. Considera el amor hereos una aflicción propia de la aristocracia. En su libro alude exclusivamente a fuentes literarias (en particular, a La Celestina, p.72-122 y, especialmente, p. 114-119) y no utiliza ninguna fuente médica. La única mención que hace a un texto científico es la ya tardía Censura de la locura (1598) de Jerónimo de Mondragón.
  • [4]
    Keith Whinnom (ed.), Diego de San Pedro, Cárcel de amor, Obras Completas, Madrid: Castalia, t. 2, 1971, p. 13-15. June Hall Martin McCash también analiza La Celestina desde la perspectiva de la enfermedad de amor en su libro Love’s Fools: Aucassin, Troilus, Calisto, and the Parody of the Courtly Love, Londres: Tamesis, 1972, p. 71-134.
  • [5]
    Massimo Ciavolella, La «malattia d’amore» dall’Antichità al Medio Evo, Roma: Bulzoni, 1976; Donald Beecher y Massimo Ciavolella (ed. y trad.), A Love Treatise on Lovesickness, Syracuse, New York: Syracuse University Press, 1990; Mary F. Wack, Lovesickness in the Middle Age. The Viaticum and its Commentaries, Philadelphia: University of Pennsylvania Press, 1990.
  • [6]
    Destacan a este respecto, Pedro M. Cátedra, Amor y pedagogía en la Edad Media, Salamanca: Universidad de Salamanca, 1989, que estudia manifestaciones del amor en varios autores y textos, tanto universitarios como de ficción, previos a Rojas, y también Guillermo Serés, La transformación de los amantes. Imágenes del amor de la Antigüedad al Siglo de Oro, Barcelona: Crítica, 1996.
  • [7]
    Sobre el corpus hipocrático editado, véase Carlos García Gual et al. (ed.), Tratados hipocráticos, Madrid: Gredos, 1983, 3 vol. Apunto aquí a las llamadas complexiones complejas, aunque se conocían nueve en total, la equilibrada, cuatro simples y cuatro compuestas, por ser las que se tratan con mayor frecuencia en la medicina medieval. Para ver esto con más detalle son muy útiles los manuales médicos de Abû Bakr Muhammad b. Zakarîyâ al-Râzî, Libro de la introducción al Arte de la Medicina o «Isagoge», ed. bilingüe, trad. y estudio de María de la Concepción Vázquez de Benito, Salamanca: Universidad de Salamanca, Instituto Hispano-Árabe de Cultura, 1979, y también el de Muhammad b. Abdallâh b. al-Jatib, Libro del cuidado de la salud durante las estaciones del año o «Libro de Higiene», ed. bilingüe, trad. y estudio de M.ª de la C. Vázquez de Benito, Salamanca: Universidad de Salamanca, 1984. También es muy útil Danielle Jacquart y Claude Thomasset, Sexualidad y saber médico en la Edad Media, Barcelona: Labor, 1989.
  • [8]
    D. A. Beecher y M. Ciavolella, A Love Treatise…, ed. cit., p. 43. Este mismo conflicto entre pasión y razón lo podemos observar en numerosas obras castellanas del xv, a través de las disputas de la voluntad y la razón o entendimiento de los enamorados. Así ocurre en Juan Rodríguez del Padrón, Siervo libre de amor (ed. Antonio Prieto, Madrid: Castalia, 1980), en Diego de San Pedro, Cárcel de Amor (ed. Carmen Parrilla, Barcelona: Crítica, 1995) y en la anónima Triste deleytaçión (ed. E. Michael Gerli, Washington D.C.: Georgetown University Press, 1982).
  • [9]
    Para el desarrollo de esta patología desde la Antigüedad hasta la alta Edad Media sigo fundamentalmente a D. A. Beecher y M. Ciavolella, A Love Treatise…, ed. cit., p. 39-82.
  • [10]
    Platón, en el Timeo, clasifica tres tipos de alma: el alma racional o superior, asentada en la cabeza, el alma irascible, asentada entre en el pecho, encima del diafragma, y el alma pasional, situada bajo el diafragma, cerca del hígado. Vid. Platón, Obras completas, ed. María Araujo et al., Madrid: Aguilar, 1991, p. 1162-1164.
  • [11]
    Platón, Fedro, in: Obras completas, ed. cit., p. 866. Para una relación entre el amor platónico y la tradición mística cristiana véase G. Serés, La transformación…, ed. cit., p. 15-53.
  • [12]
    Aristóteles, Acerca del alma, ed. Tomás Calvo Martínez, Madrid: Gredos, 1994, I 408 b 1.15, p. 154-155. La ira tiene también para Aristóteles la misma causa fisiológica del calentamiento sanguíneo cercano al corazón.
  • [13]
    Por pneuma se entiende el principio vital del organismo, fuente del calor corporal y que vinculado a la sangre determina la constitución física y mental de la persona. El afecto se refiere aquí al amoroso, uno de los affecti que, como la ira, la envidia, etc., se manifiestan como pasiones del corazón motivadas por los apetitos.
  • [14]
    También se difundió a través de la traducción castellana de la versión de Leonardo Bruni de la Novela de Seleuco. Véase Lorenzo Bartoli, «La versione castigliana della Novella di Seleuco», Atalaya, 3, 1992, p. 177-196.
  • [15]
    Plutarco, «Demetrio», in: Vidas paralelas, Barcelona: Orbis, vol. IV, xxviii, p. 204.
  • [16]
    En el acto primero de La Celestina parece haber una referencia a esta historia, como indican varias ediciones que corrigen el texto de la Comedia de 1499, «Eras y Crato!», por «Erasístrato». Julio Rodríguez Puértolas (ed.), La Celestina, Madrid: Akal, p. 112, n. 10, y Eukene Lacarra Lanz [María Eugenia Lacarra] (ed.), Celestina, Madison (Wisconsin): HSMS, 1995, p. 144, n. 27.
  • [17]
    John Cull y Brian Dutton (ed.), Un manual básico de medicina medieval. Bernardo Gordonio, Lilio de medicina, ed. crítica de la versión española, Sevilla 1495, Madison (Wisconsin): HSMS, 1991, II, xx, p. 108.
  • [18]
    Danielle Jacquart y Françoise Micheau han estudiado bien la transmisión de la medicina clásica de los médicos árabes al Occidente medieval cristiano en D. Jacquart y F. Micheau, La médecine arabe et l’Occident médiéval, París: Maisonneuve et Larose, 1996.
  • [19]
    El Viaticum era una adaptación del tratado de Khalid Ibn al-Jazzar (m. 979), Kitab Zad al-musafir wa-qut al-hadir (Provisiones para el viajero y alimentos para el sedentario). En las observaciones que siguen utilizo el libro de M. F. Wack, Lovesickness…, ed. cit., p. 3-50.
  • [20]
    De los cuatro temperamentos, los más proclives a la enfermedad de amor por causa de las superfluidades eran los sanguíneos y los coléricos y, de las edades, la juventud, porque entonces la producción de semen es más abundante y más necesaria su evacuación a través del coito. Véase Speculum al foderi, ed. Michael Solomon, Madison (Wisconsin): HSMS, 1986.
  • [21]
    M.F. Wack, Lovesickness…, ed. cit., p. 40. Véase Paolo Cherchi, Andreas and the Ambiguity of Courtly Love, Toronto: University of Toronto Press, 1994, para un análisis detallado de la crítica de Capellanus a la poesía lírica y su condena a la idealización del amor llevada a cabo por los poetas.
  • [22]
    Guido Ruggiero (The Boundaries of Eros. Sex, Crime and Sexuality in Renaissance Venice, Oxford: Oxford University Press, 1985) analiza las relaciones eróticas con abundante documentación procesal. Ruggiero llega a la conclusión de que el amor que a veces alegan las partes no se acepta nunca como eximente y ni siquiera como atenuante durante la Edad Media, aunque percibe un ligero cambio en algunos casos posteriores
  • [23]
    E. Lacarra Lanz, «Changing bounderies of licit and ilicit unions», in: E. Lacarra Lanz (ed.), Marriage and Sexuality in Medieval and Early Modern Iberia, Routledge: Nueva York y Londres, 2002, p. 158-194, vid. p. 158-160.
  • [24]
    Loc. cit.
  • [25]
    María Jesús Lacarra, «Amor, música y melancolía en el Libro de Apolonio», in: Vicente Beltrán (ed.), Actas del I Congreso de la AHLM. Santiago de Compostela, 1985, Barcelona: PPU, 1988, p. 369-379.
  • [26]
    Andrés el Capellán, De amore. Tratado sobre el amor, ed. Inés Creixell Vidal-Quadras, Barcelona: El Festín de Esopo, 1985. Véase P. Cherchi, Andreas…, ed. cit., p.3-41 para las críticas de la literatura cortesana y Domenico Polloni, «Amour e Clercie». Un percorso testuale da Andrea Cappellano all’Arcipreste de Hita, Bolonia: Pâtron, 1995, p. 35-66, para las influencias médicas del tratado. Alfred Karnein, «De amore» in volkssprachlicher Literatur: Untersuchungen zur Andreas-Capellanus-Rezeption in Mittelalter und Renaissance, Heildelberg: Carl Winter, 1985, p. 93-100, apunta que Capellanus convierte algunos signos procedentes del De amicitia de Cicerón en síntomas del enamorado.
  • [27]
    E. Lacarra Lanz [M.E. Lacarra], «Representaciones femeninas en la poesía cortesana y en la narrativa sentimental del siglo xv», in: Iris Zavala (coord.), Breve historia feminista de la literatura española (en lengua castellana). II. La mujer en la literatura española, Barcelona: Anthropos, 1995, p. 160-168.
  • [28]
    M. F. Wack, «From Mental Faculties to Magical Philters: The Entry of Magic into Academic Medical Writing on Lovesickness, 13th-17th Centuries», in: Donald A. Beecher y Massimo Ciavolella (ed.), Eros and Anteros: The Medical Traditions of Love in the Renaissance, Toronto-Ottawa: University of Toronto (Italian Studies, 9)-Dovehouse Editions, 1992, p. 12-13. Señala que esta bifurcación social de las causas según las clases sociales aparece también en un diálogo latino del siglo xv, Dialogue between a Rustic and a Nobleman –en su traducción inglesa–, donde el rústico atribuye la enfermedad del exceso de amor a la infección de las artes secretas de las mujeres, mientras el noble la atribuye a la enfermedad natural del amor hereos.
  • [29]
    Esta alteración procede de la bilis negra que invadía el cerebro y afectaba a todo el cuerpo y especialmente al corazón, produciendo estados mentales patológicos de depresión o locura con síntomas somáticos como palpitaciones, vista nublada, temblores, pérdida del habla o tartamudeo. Para el desarrollo de esta patología desde la Antigüedad hasta la alta Edad Media sigo fundamentalmente a D. A. Beecher y M. Ciavolella, A Love Treatise…, ed. cit., p. 39-82.
  • [30]
    Tras afirmar la concupiscencia y lujuria de la mujer Isidoro de Sevilla concluye que el amor libidinoso es femenino: «Unde nimius amor apud antiquos femineus vocabatur», XI.2.24.
  • [31]
    Plauto, El Anfitrión, ed. Adolfo de Castro, en Curiosidades bibliográficas. Colección escogida de obras raras de amenidad y erudición, Madrid: Rivadeneyra (BAE, 36), 1855, p. 488.
  • [32]
    Ovidio, Remedios contra el amor, ed. Enrique Montero Cartelle, Madrid: Akal Clásica, 1987, p. 153-154.
  • [33]
    Giovanni Boccaccio, Il Corbaccio, ed. Giula Natali, Milán: Mursia, 1992. Bernat Metge, Lo somni, ed. Marta Jordà, prólogo de Giuseppe Tavani, Barcelona: Edicions 62, 1980. Bernardo Gordonio, Lilio de medicina, ed. cit., p. 108. La cura también se puede obtener si se le nombran «cosas mucho altas y alegres», porque también la alegría y las honras cambian las costumbres.
  • [34]
    B. Gordonio, Lilio de medicina, ed. cit., II, xx, p. 109, afirma que aunque «es propia passión del celebro […] los testículos pueden ser causa quanto a causa conjunta, pero el fígado quanto a causa antecedente». Esto tiene gran interés, puesto que el hígado era, como se ha mencionado arriba, el asiento de la concupiscencia.
  • [35]
    Ibid., p. 108.
  • [36]
    Véase la edición de Luisa Cogliati Arano, The Medieval Health Handbook. «Tacuinum sanitatis», Nueva York: George Braziller, 1993.
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