Ya en la Edad Media los judíos de Europa se veían obligados a llevar marcas distintivas de diversas formas y colores. El más conocido era la escarapela amarilla. Estas marcas —a veces insignias, a veces sombreros— pretendían diferenciar a los judíos de la población cristiana, pero para los judíos que tenían que llevarlas eran mucho más que eso; tenían un efecto profundamente humillante. Durante mucho tiempo se creyó que el color, especialmente el amarillo, era lo que hacía que las marcas distintivas fueran humillantes. Este artículo muestra que el impacto del color era más complejo: por un lado, podía contribuir ciertamente a las connotaciones negativas del signo, pero por otro, debido a su fluidez, era precisamente lo que permitía a los judíos resistir a los estigmas y luchar contra sus efectos nocivos.